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Compararnos es un comportamiento natural humano que nos perjudica cuando lo hacemos en exceso y fuera de contexto. Aquí aprenderás 5 estrategias para usarlas a tu favor o trascenderlas por completo.

Queramos o no, nos compararemos con otros.

Es una tendencia natural humana incrustada en nuestra biología.

A lo largo de nuestra evolución, nuestros antepasados prehistóricos se comparaban con otros como una forma de evaluar sus habilidades y atributos, algo que era útil para sobrevivir. Por ejemplo, si una persona no evaluaba correctamente sus habilidades de cacería en relación a los demás, esto podría ser costoso, incluso fatal.

Sin embargo, evolucionamos para desenvolvernos en pequeños grupos de personas con características, genética y estilos de vida similares.

No evolucionamos para tener acceso a la (aparente) vida de miles de personas que tenemos ahora en nuestro entorno moderno hiperconectado. En este entorno, las comparaciones se exacerban.

Comparamos nuestra apariencia física, nuestras habilidades, nuestros hábitos, nuestras vidas.

Cuando lo hacemos en exceso y fuera de contexto, las comparaciones nos roban de bienestar.

Una solución es dejar de compararte. La otra: usar a las comparaciones a tu favor.

Exploremos ambas perspectivas.

Los dos tipos de comparaciones

Nos comparamos de dos maneras:

  • Comparaciones hacia arriba: comparaciones con personas que percibimos que son mejores que nosotros en algún atributo (por ejemplo, con alguien que consideramos que tiene un mejor cuerpo o apariencia física).
  • Comparaciones hacia abajo: comparaciones con personas que consideramos que están peor que nosotros en algún parámetro.

Las comparaciones hacia arriba son la más frecuente forma de compararnos. Y mientras que pueden ser una fuente de inspiración y aprendizaje, típicamente conducen a sentirnos inferiores, incompetentes e inadecuados

En cambio, las comparaciones hacia abajo pueden hacernos sentir mejor con nosotros mismos en el corto plazo al incrementar de forma efímera nuestro ego.

Usar comparaciones hacia abajo para mejorar la percepción de nosotros mismos también puede llevar al mismo resultado que las comparaciones hacia arriba: una sensación de inferioridad y a menor bienestar.

Podemos ser mejores que alguien más en una cualidad, esto es innegable. Por ejemplo, tú levantas 100 kilos en la sentadilla, él carga 50 kilos. Eres mejor. No hay discusión.

Sin embargo, cuando ser mejor en alguna cualidad, habilidad o atributo nos lleva a considerarnos superiores como personas revelamos que nuestro valer, nuestra autoestima y autoaceptación, es dependiente de algo externo a nosotros.

Si soy mejor que otras personas en (inserta cualquier cualidad aquí), valgo más. Si no, valgo menos. 

Esta es una base frágil en la cuál sostenernos y navegar nuestras vidas.

Por más que tratemos de compararnos con personas que consideramos que están abajo de nosotros, eventualmente terminaremos decepcionados: siempre habrá alguien con mejor apariencia física, más fuerte, más rápido, más inteligente, más rico, más creativo que nosotros.

Veamos cómo ponerles fin a las comparaciones e, incluso, usarlas a nuestro favor.

Cómo dejar de compararte con los demás (o cómo hacerlo a tu favor)

1. Estate consciente de tus comparaciones.

Debido a que las comparaciones ocurren de forma automática, rara vez nos damos cuenta de que nos estamos comparando.

El primer paso para romper con este hábito es estar conscientes de ello.

A lo largo del día, presta atención tus pensamientos y trata de atraparte en el momento en el que comiences a compararte.

Una vez que has desarrollado tus habilidades de detección puedes ponerle un alto a las comparaciones antes de que tomen vuelo.

Si notas que las comparaciones surgen en tu mente, puedes hacer una pausa, reconocerlas sin juicio ni crítica y decirte algo como:

Me estoy comparando. ¡Alto!

Decirte esto puede ser suficiente, aunque en ocasiones será necesario cambiar de enfoque con alguna de las siguientes estrategias.

2. Cuestiónate: ¿la comparación realmente es válida? 

Al detectar que te comparas con alguien más, sea cual sea el parámetro de comparación, te puedes preguntar:

  • ¿Tengo su misma genética?
  • ¿Tengo su mismo estilo de vida?
  • ¿Tengo su misma anatomía?
  • ¿Tengo sus mismos recursos?
  • ¿Estoy comparando una de mis debilidades con una de sus fortalezas?

Casi siempre hacemos comparaciones inválidas. Comparamos peras con manzanas.

Es un cliché, pero es cierto: la única persona con la que realistica- y objetivamente te puedes comparar es contigo mismo. 

3. Si te vas a comparar hacia arriba, solo hazlo si te es útil.

Además de cuestionarnos su validez, también podemos preguntarnos si compararnos realmente tiene una utilidad.

Cuando te atrapes comparándote con otros, puedes cuestionarte:

  • ¿Para qué me estoy comparando?
  • ¿Qué estoy tratando de lograr con ello?
  • ¿Me es útil?
  • ¿Hay algo que pueda aprender?

Si la comparación te sirve para aprender algo de la otra persona que pudieras usar en tu contexto de vida particular, o si te sirve como inspiración, adelante.

Pero si te hace sentirte menos, en ese momento puedes conscientemente ponerle fin a la comparación (ve el punto #1) o usar alguna de las siguientes dos estrategias.

4. Practica gratitud: enfócate en lo que sí tienes, no en lo que te falta.

Normalmente nos enfocamos en aquellas personas con atributos, cualidades o circunstancias que consideramos que son mejores que las nuestras, sin considerar a aquellas personas que tal vez no la tienen tan bien como nosotros.

Ejemplos hay muchos, solo considera a los casi 800 millones de personas en el mundo que viven en pobreza extrema.

Y no tienes que ir muy lejos, probablemente tienes conocidos que no disponen de las mismas ventajas que tú.

Ahora, no haces este tipo de comparación con la intención de sentirte superior a los demás (ya vimos que esto no funciona), sino con el fin de sentirte agradecido por lo que sí tienes y no lo por lo que te falta.

5. Cultiva autocompasión y reconoce que todos somos imperfectos. 

Ser compasivo hacia alguien más es desearle bienestar, que goce de salud, que sea feliz, que viva una buena vida. Cuando la compasión la diriges hacia ti mismo le llamamos autocompasión.

Uno de los elementos de la autocompasión es tratarnos con amabilidad. A pesar de nuestras imperfecciones y debilidades, nos tratamos como si fuéramos nuestro mejor amigo. Somos comprensivos con nosotros mismos y reconocemos que estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo.

Otro de sus elementos es reconocer nuestra humanidad común, es decir, reconocer que todos somos imperfectos, cometemos errores y tenemos dificultades, incluyendo las personas con las que no comparamos que pensamos que tienen el cuerpo o la vida “perfecta”.

Al practicar autocompasión…

… nos sentimos más satisfechos con nosotros mismos (incluyendo nuestro cuerpo),
… nos sentimos menos ansiosos y más plenos,
… no nos enfocamos en sentirnos superior a otros, y
… dejamos de basar nuestra autoestima en aspectos condicionales, como la apariencia física.

Y si te notas comparándote con otros, ser autocompasivo implica no castigarte ni sentirte mal por ello.

La vida no es una competencia 

Todos buscamos lo mismo: gozar de bienestar, salud y posiblemente contribuir algo al mundo. Y vivir constantemente evaluándonos en donde estamos parados en relación con los demás no conduce a esta meta.

Vive tu camino.

Este camino no tiene nada que ver con lo que los demás tengan, hagan o logren, sino con aquello que es importante para ti para vivir la vida que  quieres.

Recuerda: ya eres suficiente, todos lo somos.

 

La tranquilidad que viene cuando te deja de importar lo que ellos dicen. O piensan, o hacen. Solo lo que tú haces.

Marco Aurelio